Saturday, June 14, 2008

EL HOSPICIO


Por Wanda Wenzel
(De "Ultimos abismos y otros puentes" -2005- )

Oscurecía. En la sala de espera del hospital a penas alumbraba la luz de un televisor que colgaba de una pared amarillenta. Comencé a sentir frío. Mire de reojo hacia la ventana. Me pregunté si a esa altura podría ver algún murciélago. Note que alguien se había sentado a mi lado. No quise mirar de inmediato, pero de a poco, con un disimulo por demás escaso de elocuencia y completamente desnaturalizado, fui girando mi cabeza hasta llegar por fin a ver sentado junto a mi a un muchacho, cabizbajo, medio encorvado, las manos juntas sobre las rodillas. Estaba triste. Aunque, tal vez, tan solo preocupado. Quería iniciar un dialogo, verle cambiar esa expresión, decir unas palabras alentadoras. No se me ocurría ninguna. Volví a mirar hacia el frente. En la televisión una tribuna aplaudía y saludaba exaltada a la cámara que se hamacaba de un lado al otro. De pronto, una súbita sensación de extrañamiento me opacó el alma. Pensé como frente a esas mismas imágenes cargadas de bizarrezcas animosidades ricas en artificialidad, se acontecían muchas diferentes realidades, con las que aquella caja era incapaz de hacer empatía. Entonces, tuve la necesidad de hacer cierto comentario…


Tragué saliva, estaba dispuesta a decir por fin algo a aquel muchacho. Me humedecí los labios. Una palabra comenzaba a gestarse en mi boca, tomaba forma en un principio de modulación gesticulada, estaba lista para ser dicha, para salir al mundo exterior. Respiré y el aire entró por un conducto evidentemente equivocado. Una abrupta tos me paralizó el habla. La respiración se había vuelto entrecortada y se intercalaba ahora con una especie de arcada desesperada, mientras mis ojos se abrían desorbitados y se llenaban de lágrimas ante el inesperado ahogo. A penas me quedaba conciencia para darme unos golpes seguiditos a puño cerrado contra el pecho angustiosamente. Por fin eructé y el aire atravesado pareció volver con despecho al mundo al que pertenecía. Enmudecí por completo. El rostro bordó y la vista lacrimosa a través de la cual contemplaba mi entrono como desde el interior de una pecera. La palabra murió en el exabrupto y perdí toda intención de dialogar. Ya no quería consolar a nadie. Miraba la pantalla del televisor deseando perderme en la multitud de las tribunas donde aquella turbulencia emergida a través de mi propia traquea hubiera pasado desaperciba o al menos indiferenciada. El silencio me abrigo de un calor insoportable.


-Te atragantaste con la saliva?...-
Aquella pregunta mi intimó de una manera inusitada. No podía contestarle naturalmente a un extraño junto al cual acaba de soltar un eructo que había resonado como un eco cavernoso en toda la sala.
-…perdón, sufro de trastornos respiratorios…-improvisé rápidamente y sin mirarlo, mientras mi nerviosismo me llevaba a insistir en acomodar un mechoncito de pelo detrás de la oreja absurdamente, pues, dada la escasa longitud del mismo era imposible que tal persistente procedimiento lograrla alojarlo en el espacio definido.
Sonrió sin dejar de mirar el televisor, cuyo sonido resultaba a penas imperceptible.
-Hay cosas peores…-por fin agregó- como ese programa…Parece que la gente fuera estupida, nos tratan como estupidos y sentimos como estupidos, así empezamos a comportarnos como tales… basta que uno se sienta algo para serlo…-
-Yo creo que esa gente es estupida, y se tratan en consecuencia, aunque, desde ya, ninguno de ellos vaya jamás a reconocerlo…como si esa aparente felicidad los excusara de la estupidez…o mejor dicho, como si la estupidez fuera un reflejo de saludable felicidad-
-¿te parece?-su mirada se envolvió de un halito complaciente…
-por supuesto-dije con una seguridad que me sorprendió- 9 de cada 10 personas que se angustian tratando de “ser feliz” no saben que lo son, y el 1 restante es estupido-
Volvió a sonreír, esta vez como frenando la risa justo detrás de los dientes.
-La mitad de esos “felices”, es decir… un 4.5, son ignorantes de su condición de felicidad, más bien, verán que lo han sido solo en retrospectiva, lo cual, (como diría Esteban Espósito[1])- dibuje los “paréntesis” sobre el aire con mis dedos índices- quiere decir que esa felicidad nunca existió. Sino que es, más bien, recreada por un artilugio de ensueño, el cual resulta, por lo general, directamente proporcional a la cercanía de la muerte-
-¿y la otra mitad…?- cuestionó pensativo
-La otra mitad, la concebirá de manera postmortem… o mejor dicho, tendrá la esperanza de que así será, pues, aquel estadío no existe más que solo a través del ensueño, no ya referido a lo pasado, sino a lo que sucederá...después de que todo haya por fin acontecido.
-y el 1 restante?
-Como te darás cuenta, el 1 restante, dada su estupidez, ni siquiera se enterará de que pertenece a un porcentaje residual…y morirá ignorándolo todo ¿Cuál es la moraleja de todo esto?
Me miró perplejo.
-Las estadísticas no sirven para una mierda-
Se echo a reír a rienda suelta –opino lo mismo -dijo por fin- pero te falto algo…-
Mi rostro se dirigió hacia él con expresión expectante…
-Están aquellos que se saben felices solo cuando, por algún motivo, sondeable o no, dejan de serlo o, (aún más bellamente trágico) -también dibujo el “paréntesis” con sus dedos índices sobre el aire- descubren que, a pesar de sus creencias, jamás lo han sido -y en sus ojos brillaron sutiles destellos perspicaces.

Aplausos en el televisor.
[1] Personaje protagonista de la novela “El que tiene sed” y “Crónicas de un iniciado”.de Abelardo Castillo.

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