Me decía, mientras la botella vertía una luz dorada sobre nuestro precipicio:
- Pensá todo lo que tengas que pensar, pero no te engañes. Escuchá todo lo que tengas que escuchar, pero no creas en nada sin dudarlo. Decidí todo lo que tengas que decidir, pero no te reprimas. Hacé todo lo que tengas que hacer, pero no te retraces. Sé todo lo que tengas que ser, pero no pidas permiso. Viví todo lo que tengas que vivir, pero no te arrepientas de nada…-
- Ya sé, ya sé!! – pensé exaltada en voz alta y en un brusco ademán tiré el vaso derramando toda mi alma sobre el mantel gastado.
Hizo un silencio perpetrado solo por el afanoso “clic-clic” del encendedor con el que ahora daba lumbre a su vigésimo séptimo cigarro.
-La puta madre- mofé por lo bajo mientras pasaba inútilmente la servilleta empapada sobre lo volcado.
Me sonreía con sus ojos y soltaba aros de humo que se deshacían contra el vidrio empañado de la ventana. Me revienta cuando se quiere hacer el “sabelotodo”, aunque estuvieran bien sus palabras.
Solícitamente el mozo acudió a mi exabrupto con un “trapo rejilla” en la mano. Ambos en una coreografía entre torpe y ridícula intentamos arreglar un poco el desastre que había ocasionado. Luego, me trajo otro vaso y se retiró en completo anonimato. Volví a llenarlo de amargos desencantos y me sumergí en sus desoladas profundidades.
-No vayas a ahogarte en éste también…- sugirió sarcástico.
-No vayas a creer en todo lo que ves- repliqué estúpidamente rencorosa.
Las horas pasan y seguimos sin encontrarnos. No importa cuanto nos esforcemos por enunciarnos desencarnadamente uno al otro, sutiles displicencias crecen como espinosa maleza sobre la rivera de nuestros propios bordes; nos cierra el paso; nos tapa la visión, nos confunde y desorienta. Nos extravía y equivoca.
-Vos sos lo que veo ahora y elijo creerte-
-No empeces con tus frases embrolladas y decime lo que me querés decir-
-Si te lo estoy diciendo!-
-Pero sin decírmelo… -
-Eso depende…- pronunció riendo como disfrutando del juego que él mismo se inventaba.
-No sé, no entiendo, soy tarada- provoqué
-habitué del desconfío, diría yo…-
-Te desafío a que me lo expliques como si fuera tarada…- forcé una mueca de sonrisa falsa
-vos de tarada no tenés un pelo. De competitiva y caprichosa puede ser…-
Lo que debió afectarme como una ofensa me resultó inesperadamente un halago que decidí ignorar por completo.
-Bueno. Explicame entonces-
-Qué es lo que querés que te explique?-
-Retrocedemos un casillero- respondí razonando en voz alta y me serví lo último que quedaba en la botella.
-Por qué?-
-Retrocedemos dos- bebí
-Barajemos y demos de vuelta- propuso totalmente carente de creatividad.
-No. Terminemos esta partida antes de empezarla de nuevo- percibí cierto halo de desconcierto en sus ojos- porque ya me sé de memoria la jugada. Vos cantas “envido” y me ganás de mano, pero yo hago primera. Vos me cantas truco con un ancho falso y yo te retruco de “competitiva y caprichosa” –situé con sorna-. Entonces me mostrás el envido y te vas “elegantemente” al mazo. Así son todas las jugadas.
-Como partida de truco es bastante chota-
-Como forma de vincularnos otro tanto…-
Ambos nos relajamos sin advertirlo.
-Yo quisiera…-miró alrededor antes de continuar como cerciorándose de que nadie lo estuviera observando- … no sé, había pensado que… - yo lo escuchaba expectante - … si tenés ganas...-comenzó a desmenuzar un pedacito de servilleta disimulando su nerviosismo, cosa que me enternecía y fastidiaba casi al unísono - … hace tiempo que quiero conocer la Península de Valdéz…- detuvo allí su palabra.
Yo esperaba que se tomara el tiempo que se tenía que tomar para terminar la frase. Pero el silencio se extendía sin que terminara de decirme lo que me había empezado a decir, que claramente era invitarme a viajar con él, a lo que yo respondería -previa falsa dubitación, por supuesto- que “podría ser” que me dejara verlo, para efectivamente terminar yendo entusiasmada.
Y no, desesperadamente el tiempo corroía mi enturbiada esperanza sin que terminar la maldita frase. Se quedó allí en inmutado silencio aguardando a que yo lo interpretara y le respondiera “a eso” que él, en definitiva, no me preguntaba!.
¿Por qué ese afán de decir las cosas sin decirlas?. Estaba furiosa. ¿Por qué no me dice que me quiere invitar de una sola vez?. Cobarde y enroscado. La tiranía de su cabeza reprime lo que su corazón proclama. Y ya no tengo más ganas de estar hablando, porque el diálogo se falsea decantando absurdamente en superficialidades de un encuentro inanimado. Y empiezo a alejarme, a estar sin estar estando… Yo no quiero ser su “resistencia” liberadora. Ya bastante tengo yo con mis propias batallas. Nuevamente el vacío ensancha un precipicio entre ambos. Te estoy mirando. Quererte me deja sola. Me aburre, me enoja, me entristece.
“Ahora me voy a quedar callada hasta que diga algo”, pensé. “No sé, cualquier cosa. Le corresponde a él terminar su frase, no a mí. Hasta entonces esperaré callada. Soy capaz de tomarme 20 botellas más si fuera necesario mientras aguardo, de todos modos se las voy a hacer pagar él, por idiota!.”
Estaba ya por desmoronarme de angustia, cuando comenzó a decir:
-El otro día vi en “Animal Planet” un documental sobre las ballenas…- mi consternación fue inmediata –… se van hasta allá para aparearse una vez al año …-
Ya en la palabra “aparearse” dejé de escucharlo. Pero él continuó narrándome muy animosamente la estúpida reproducción de los batracios. Levantó la mano llamando al mozo. El corazón se me sacudía en el pecho e imaginé que me daba un infarto mientras el continuaba hablando como si nada. Pidió otra botella y mas maní con ademanes sin interrumpir en absoluto su relato. Me miraba de vez en cuando como para corroborar mi atención. Yo escuche “si tenés ganas…” no estoy loca. Se palpó a los lados de la chaqueta en busca del paquete de cigarros. O tal vez sí lo estoy y lo imaginé. Sacó uno. Comencé a dudar de todo. Incluso de que estuviéramos allí.
El mozo llegó destapando otra botella y acomodó el platito de maníes entre ambos vasos. Precipicio mediante. Aprovechó para hacer una pausa y encender su tabaco. Yo ensayaba distintas formas de irme mentalmente. El mozo se retiró estoico llevándose la botella vacía con mi alma adentro.
-…y tenía ganas de ir a conocer, no sé…- concluyó sin demasiado encanto mientras empinaba la botella sirviéndonos otra ronda de decepción.
-que bueno- fue lo único que pude alegar en mi defensa, sin fuerzas para mover un solo músculo de mi estupefacto estado de desilusión anunciada.
Levantó la vista y me sonrió extendiéndome el vaso nuevamente cargado. Bebió sin dejar de espiarme como esperando mi reacción sabida. Pero ya era tarde. Muy tarde.
-es tarde- dije aún en aquella pose de indisimulable resignación.
-terminamos esta cerveza y vamos, querés?. Yo te alcanzo-
-no, dejá…-
-si estoy con el auto, no me cuesta nada-
-es que voy para otro lado- dije hundiendo el aguijón en su corazón subyugado
-ah bueno….- se llenó la boca de maníes para contrarrestar el sabor amargo que el aguijonazo le acababa de provocar.
-además estoy cansada-
-si yo también…-
Nos miramos entendiéndonos por primera vez en toda la noche. Y en ese breve interludio de tregua en que nos encontramos, sentí que lo amaba como nunca voy a poder a amar a nadie en esta vida. Bajé la mirada antes de develar mis sentimientos, que comprendía no del todo correspondidos. Lo oí suspirar alterado y entonces resolví decirle:
-Pensá todo lo que tengas que pensar, pero no te engañes…- me puse de pie- …escuchá todo lo que tengas que escuchar, pero no creas en nada sin dudarlo…- me puse el abrigo- …decidí todo lo que tengas que decidir, pero no te reprimas…- me colgué el bolso-… hacé todo lo que tengas que hacer, pero no te retraces…- me incliné hacia él - …sé todo lo que tengas que ser, pero no pidas permiso…- le tomé el rostro con las manos- …viví todo lo que tengas que vivir, pero no te arrepientas de nada…- cerré mis ojos y lo besé en la mejilla.
Salí del bar antes de que pudiera entender lo que había hecho. Me subí a un taxi que me llevó hasta el más alejado suburbio de mi soledad infinita. El salió tras de mí para alcanzarme pero ya era demasiado tarde. Como siempre. El taxi se alejaba en la espesa penumbra de la espinosa maleza al otro lado de mi propio borde. Mientras, una luz dorada se apagaba sobre nuestro precipicio.
- Pensá todo lo que tengas que pensar, pero no te engañes. Escuchá todo lo que tengas que escuchar, pero no creas en nada sin dudarlo. Decidí todo lo que tengas que decidir, pero no te reprimas. Hacé todo lo que tengas que hacer, pero no te retraces. Sé todo lo que tengas que ser, pero no pidas permiso. Viví todo lo que tengas que vivir, pero no te arrepientas de nada…-
- Ya sé, ya sé!! – pensé exaltada en voz alta y en un brusco ademán tiré el vaso derramando toda mi alma sobre el mantel gastado.
Hizo un silencio perpetrado solo por el afanoso “clic-clic” del encendedor con el que ahora daba lumbre a su vigésimo séptimo cigarro.
-La puta madre- mofé por lo bajo mientras pasaba inútilmente la servilleta empapada sobre lo volcado.
Me sonreía con sus ojos y soltaba aros de humo que se deshacían contra el vidrio empañado de la ventana. Me revienta cuando se quiere hacer el “sabelotodo”, aunque estuvieran bien sus palabras.
Solícitamente el mozo acudió a mi exabrupto con un “trapo rejilla” en la mano. Ambos en una coreografía entre torpe y ridícula intentamos arreglar un poco el desastre que había ocasionado. Luego, me trajo otro vaso y se retiró en completo anonimato. Volví a llenarlo de amargos desencantos y me sumergí en sus desoladas profundidades.
-No vayas a ahogarte en éste también…- sugirió sarcástico.
-No vayas a creer en todo lo que ves- repliqué estúpidamente rencorosa.
Las horas pasan y seguimos sin encontrarnos. No importa cuanto nos esforcemos por enunciarnos desencarnadamente uno al otro, sutiles displicencias crecen como espinosa maleza sobre la rivera de nuestros propios bordes; nos cierra el paso; nos tapa la visión, nos confunde y desorienta. Nos extravía y equivoca.
-Vos sos lo que veo ahora y elijo creerte-
-No empeces con tus frases embrolladas y decime lo que me querés decir-
-Si te lo estoy diciendo!-
-Pero sin decírmelo… -
-Eso depende…- pronunció riendo como disfrutando del juego que él mismo se inventaba.
-No sé, no entiendo, soy tarada- provoqué
-habitué del desconfío, diría yo…-
-Te desafío a que me lo expliques como si fuera tarada…- forcé una mueca de sonrisa falsa
-vos de tarada no tenés un pelo. De competitiva y caprichosa puede ser…-
Lo que debió afectarme como una ofensa me resultó inesperadamente un halago que decidí ignorar por completo.
-Bueno. Explicame entonces-
-Qué es lo que querés que te explique?-
-Retrocedemos un casillero- respondí razonando en voz alta y me serví lo último que quedaba en la botella.
-Por qué?-
-Retrocedemos dos- bebí
-Barajemos y demos de vuelta- propuso totalmente carente de creatividad.
-No. Terminemos esta partida antes de empezarla de nuevo- percibí cierto halo de desconcierto en sus ojos- porque ya me sé de memoria la jugada. Vos cantas “envido” y me ganás de mano, pero yo hago primera. Vos me cantas truco con un ancho falso y yo te retruco de “competitiva y caprichosa” –situé con sorna-. Entonces me mostrás el envido y te vas “elegantemente” al mazo. Así son todas las jugadas.
-Como partida de truco es bastante chota-
-Como forma de vincularnos otro tanto…-
Ambos nos relajamos sin advertirlo.
-Yo quisiera…-miró alrededor antes de continuar como cerciorándose de que nadie lo estuviera observando- … no sé, había pensado que… - yo lo escuchaba expectante - … si tenés ganas...-comenzó a desmenuzar un pedacito de servilleta disimulando su nerviosismo, cosa que me enternecía y fastidiaba casi al unísono - … hace tiempo que quiero conocer la Península de Valdéz…- detuvo allí su palabra.
Yo esperaba que se tomara el tiempo que se tenía que tomar para terminar la frase. Pero el silencio se extendía sin que terminara de decirme lo que me había empezado a decir, que claramente era invitarme a viajar con él, a lo que yo respondería -previa falsa dubitación, por supuesto- que “podría ser” que me dejara verlo, para efectivamente terminar yendo entusiasmada.
Y no, desesperadamente el tiempo corroía mi enturbiada esperanza sin que terminar la maldita frase. Se quedó allí en inmutado silencio aguardando a que yo lo interpretara y le respondiera “a eso” que él, en definitiva, no me preguntaba!.
¿Por qué ese afán de decir las cosas sin decirlas?. Estaba furiosa. ¿Por qué no me dice que me quiere invitar de una sola vez?. Cobarde y enroscado. La tiranía de su cabeza reprime lo que su corazón proclama. Y ya no tengo más ganas de estar hablando, porque el diálogo se falsea decantando absurdamente en superficialidades de un encuentro inanimado. Y empiezo a alejarme, a estar sin estar estando… Yo no quiero ser su “resistencia” liberadora. Ya bastante tengo yo con mis propias batallas. Nuevamente el vacío ensancha un precipicio entre ambos. Te estoy mirando. Quererte me deja sola. Me aburre, me enoja, me entristece.
“Ahora me voy a quedar callada hasta que diga algo”, pensé. “No sé, cualquier cosa. Le corresponde a él terminar su frase, no a mí. Hasta entonces esperaré callada. Soy capaz de tomarme 20 botellas más si fuera necesario mientras aguardo, de todos modos se las voy a hacer pagar él, por idiota!.”
Estaba ya por desmoronarme de angustia, cuando comenzó a decir:
-El otro día vi en “Animal Planet” un documental sobre las ballenas…- mi consternación fue inmediata –… se van hasta allá para aparearse una vez al año …-
Ya en la palabra “aparearse” dejé de escucharlo. Pero él continuó narrándome muy animosamente la estúpida reproducción de los batracios. Levantó la mano llamando al mozo. El corazón se me sacudía en el pecho e imaginé que me daba un infarto mientras el continuaba hablando como si nada. Pidió otra botella y mas maní con ademanes sin interrumpir en absoluto su relato. Me miraba de vez en cuando como para corroborar mi atención. Yo escuche “si tenés ganas…” no estoy loca. Se palpó a los lados de la chaqueta en busca del paquete de cigarros. O tal vez sí lo estoy y lo imaginé. Sacó uno. Comencé a dudar de todo. Incluso de que estuviéramos allí.
El mozo llegó destapando otra botella y acomodó el platito de maníes entre ambos vasos. Precipicio mediante. Aprovechó para hacer una pausa y encender su tabaco. Yo ensayaba distintas formas de irme mentalmente. El mozo se retiró estoico llevándose la botella vacía con mi alma adentro.
-…y tenía ganas de ir a conocer, no sé…- concluyó sin demasiado encanto mientras empinaba la botella sirviéndonos otra ronda de decepción.
-que bueno- fue lo único que pude alegar en mi defensa, sin fuerzas para mover un solo músculo de mi estupefacto estado de desilusión anunciada.
Levantó la vista y me sonrió extendiéndome el vaso nuevamente cargado. Bebió sin dejar de espiarme como esperando mi reacción sabida. Pero ya era tarde. Muy tarde.
-es tarde- dije aún en aquella pose de indisimulable resignación.
-terminamos esta cerveza y vamos, querés?. Yo te alcanzo-
-no, dejá…-
-si estoy con el auto, no me cuesta nada-
-es que voy para otro lado- dije hundiendo el aguijón en su corazón subyugado
-ah bueno….- se llenó la boca de maníes para contrarrestar el sabor amargo que el aguijonazo le acababa de provocar.
-además estoy cansada-
-si yo también…-
Nos miramos entendiéndonos por primera vez en toda la noche. Y en ese breve interludio de tregua en que nos encontramos, sentí que lo amaba como nunca voy a poder a amar a nadie en esta vida. Bajé la mirada antes de develar mis sentimientos, que comprendía no del todo correspondidos. Lo oí suspirar alterado y entonces resolví decirle:
-Pensá todo lo que tengas que pensar, pero no te engañes…- me puse de pie- …escuchá todo lo que tengas que escuchar, pero no creas en nada sin dudarlo…- me puse el abrigo- …decidí todo lo que tengas que decidir, pero no te reprimas…- me colgué el bolso-… hacé todo lo que tengas que hacer, pero no te retraces…- me incliné hacia él - …sé todo lo que tengas que ser, pero no pidas permiso…- le tomé el rostro con las manos- …viví todo lo que tengas que vivir, pero no te arrepientas de nada…- cerré mis ojos y lo besé en la mejilla.
Salí del bar antes de que pudiera entender lo que había hecho. Me subí a un taxi que me llevó hasta el más alejado suburbio de mi soledad infinita. El salió tras de mí para alcanzarme pero ya era demasiado tarde. Como siempre. El taxi se alejaba en la espesa penumbra de la espinosa maleza al otro lado de mi propio borde. Mientras, una luz dorada se apagaba sobre nuestro precipicio.